Vicente es un abuelo, mi abuelo, pasa de los ochenta años pero sus ojos siguen siendo azules y su pelo jamás dejó de ser blanco. Ha vivido dos millones setecientas mil aventuras. Era pequeño y estudió en Madrid, bueno allí conoció a gente. Esto es el causante de un "Aconsejo beber hilo" de Gloria Fuertes del año del catapúm que en casa circula, firmado por ella, y parece que habla con su voz de carajillera, me cuenta que "A los pies de la Catedral de Burgos" y yo jamás he ido a Burgos. Si que "nací a los pies de mi madre". Tarea ineludible para verme ahora vivita y coleando. Regresó y construyó algunas fincas que siguen en pie a pesar de los miles de terremoto que han sacudido a Vicente. Algunos incluso imperturbables te dan la bienvenida extramuros. Le encantaban las matemáticas.
Venía a casa y lo primero que hacía era abrir la nevera y beberse una agua con gas de ésas que detesto, aunque ese gesto es suyo.
Un dio pagó un curso de inglés a distancia, tenía ya los sesenta, aprendió. Sucede que acto seguido estuvo un tiempo en Nigeria, jamás logré saber qué hacía allí aunque guarda una tonelada de historias que las va sacando de la chistera a cuentagotas para que no se agoten. Conservo una postal suya desde allí y sus sonrisas. Creo que lo pasó en grande. Se enamoró de la vegetación y de un tiempo a esta parte se dedica a escribir sobre ellos sin cesar. Tiene fotos en donde sale él abrazado a esos gigantescos árboles que cobraron vida un día. Se ha quedado con ellos. Jamás fui con él al Jardí Botànic y es algo que queda pendiente. Allí lo conocen, era su paseo preferido semana tras semana, cámara de fotos en mano. Y regresó, tuvo que hacerlo. Me trajo una bonita pulsera que me la pongo en los días de "guardar", la siento parte de mí. Tengo un abuelo que ha visto elefantes, leonas y cocodrilos.
No recuerdo muy bien cuándo regresó, muy muy poco recuerdo, poquísimo. Lo pasó mal pero un día paseando se encontró con Elisa mientras compraba el periódico y guarrerías para sus nietas. Ella era la quiosquera que le sonreía cada día sin importar la hora ni los madrugones que se pegaba. Se conocieron en domingo y se enamoraron en lunes. Llevan 737 semanas gritándose desde el pasillo de su casa que se quieren. Elisa pregunta desde la cocina ¿Me quieres? y él deja por un instante el boli encima de la mesa levanta la vista, sonríe y reponde "¡Te quiero!". Me siento afortunada, asistí a la boda de mi abuelo cuando sólo contaba con 10 años. Fue chuli. Me regalaron los muñequitos del pastel de boda y claro cómo no, la niñabasurilla los guardó en una cajita bien juntitos y cómodos. De momento suman 16 años y ahora en lugar de Vicente aventurero tenemos un Vicente mimado.
No sé qué le pasa a mi familia que las neuronas se pierden por el Kilimanjaro y jamás encuentran el camino de regreso. "Desmemoriado quiero estar para ser olvidadizo" cantan todas ellas cogidas de la mano mientras van de excursión. Por lo menos se las ve felices. Algo es algo.
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